15 abril 2023

Sin destino | Imre Kertész

Traducción: Judith Xantus | Editorial: Acantilado



SINOPSIS

Historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis (experiencia que el autor vivió en propia carne), Sin destino no es, sin embargo, ningún texto autobiográfico. Con la fría objetividad del entomólogo y desde una distancia irónica, Kertész nos muestra en su historia la hiriente realidad de los campos de exterminio en sus efectos más eficazmente perversos: aquellos que confunden justicia y humillación arbitraria, y la cotidianidad más inhumana con una forma aberrante de felicidad. Testigo desapasionado, Sin destino es, por encima de todo, gran literatura, y una de las mejores novelas del siglo XX, capaz de dejar una huella profunda e imperecedera en el lector.


OPINIÓN PERSONAL

Esta magnífica obra de Imre Kertész podría considerarse una biografía novelada, ya que el autor sobrevivió a los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, donde fue deportado siendo adolescente. El protagonista es un adolescente de origen húngaro que padece las mismas penalidades que el autor. Cuando la historia arranca, apenas tiene quince años y cuenta su día a día con la despreocupación propia de cualquier adolescente. Despreocupación,  y también aburrimiento. En mi opinión, la sinopsis lo describe perfectamente: es un testigo desapasionado que parece ignorar el alcance real de su situación.

«Recuerdo mucho mejor el primer día que todos los siguientes.»

El protagonista es hijo de padres divorciados, y puesto que su padre tiene la custodia, vive con su padre y su madrastra. Dentro de sus posibilidades, y siempre que lleve cosida una estrella amarilla en la ropa, él puede hacer vida normal. Lo que significa acudir diariamente a la escuela y experimentar su primer amor. Cuando su padre tiene que abandonar el hogar familiar para realizar trabajos obligatorios, él se convierte en el cabeza de familia. Por lo que su vida cambia drásticamente de la noche a la mañana, aunque él no sea plenamente consciente de lo que está a punto de suceder. Su único objetivo en la vida y su única preocupación es sobrevivir. En el fondo, tiene la sensación de estar participando en una obra de teatro sin sentido y contempla el mundo como un espectador pasivo, siempre desde la ignorancia y el desconcierto.

Mientras tanto, el tío Lajos intenta convencerle de que la persecución a los judíos es un castigo divino por los pecados que han cometido en el pasado. Pero él no se resigna a creer en su destino, porque cree que llevar una vida honrada es la única salvación posible. Y por esa razón, está dispuesto a ofrecerse como voluntario para viajar hasta Alemania en busca de un trabajo digno. Se piensa que emigrando encontrará una vida más agradable y placentera. Llegados a este punto, al lector se le retorcerán las entrañas al darse cuenta de que se está metiendo mansamente en la boca del lobo.

«Antes, no hacíamos el menor caso de los vecinos, pero desde que sabemos que somos de la misma raza, intercambiamos ideas sobre nuestro futuro.»

Y entonces, se despierta en una pesadilla. Cuando llega el Horror, piensa que todo lo nuevo hay que empezarlo con buena voluntad, incluso en un campo de concentración. A estas alturas, todavía se cree que siendo un buen preso llegará a buen puerto. Sin embargo, su mente y su cuerpo se van degradando día tras día, llegando a ver normales cosas que EN ABSOLUTO lo son, ni lo serán nunca. Aislado por completo del mundo, sus verdugos intentan arrebatarle incluso su humanidad. En apenas unos años, siente que ha envejecido décadas. Hasta el punto de considerar “niñatos” a cualquiera que no haya padecido el mismo calvario que él.

«Es horrible. Sin embargo, no es esa palabra, no es esa experiencia —por lo menos para mí— la que mejor define la situación en Auschwitz. (...) Esperábamos, siempre esperábamos —si lo pienso bien— que no ocurriera nada. Ese aburrimiento y esa espera son las impresiones que mejor definen, al menos para mí, la situación en Auschwitz.»

Pero lo peor de todo no es su pasividad, sino la sensación de soledad que lo envuelve todo. A pesar de que convive, o mejor dicho, sobrevive siempre en compañía de otras personas, el protagonista está completamente solo en el mundo. Nadie tiene nombre ni identidad en un campo de concentración, aunque él tiene un apodo para cada uno, como el hombre de la mala suerte, el curtidor, el suave, el experto, etc. Podría decirse que la mayoría se conocen solo de vista, puesto que no comparten momentos de intimidad, a pesar de que lo comparten absolutamente todo.

«Yo trataba de mirar hacia delante pero solo veía el día siguiente, y éste era como el anterior, exactamente igual, en caso —por supuesto— de que siguiera acompañándonos la suerte. Ya no tenía ganas ni fuerzas para nada; cada día me levantaba más cansado; cada día que pasaba soportaba peor el hambre; me movía con más y más dificultad; todo se me volvía una arca, incluso yo mismo.»

Como no podía ser de otra manera, la historia está narrada en primera persona, lo que convierte su relato en un testimonio mucho más personal y cercano al autor. Por el contrario, el lenguaje es bastante impersonal y carente de adjetivos innecesarios. «Los diálogos forman parte de la prosa», pero su lectura es más amena de lo que me esperaba.

«Puedo afirmarlo: ni las experiencias acumuladas, ni la tranquilidad más perfecta, ni la total aceptación de nuestras situaciones pueden impedirnos dejar una última posibilidad a la esperanza.»

Si tuviera que definir esta novela con una sola palabra, ésa sería: impactante. Pero no en el sentido que estáis pensando. Si este libro no hubiera sido escrito por un superviviente, diría que el autor intenta dulcificar los hechos, porque no se me ocurre un retrato más “amable” de los campos de exterminio. Pero al mismo tiempo, es un documento totalmente objetivo y muy valioso, ya que enumera —sin ninguna excepción— todas las atrocidades que se cometieron. De modo que mis impresiones de esta novela coinciden con la opinión que manifiesta su interlocutor durante el último capítulo. Que por cierto, las últimas páginas son terroríficas y muy emotivas porque condensan en unas pocas líneas todo lo que vino después. 

«Podría empezar una nueva vida, expliqué, si naciera de nuevo, o si alguna enfermedad acabara con mi mente, haciéndome olvidar todo por completo.»

La mayoría de los libros ambientados en el Holocausto que he leído, se centran sobre todo en los horrores. Pero éste no, este autor se centra más en el día a día, en los pequeños detalles cotidianos que los demás han pasado por alto. Y en ese sentido, sí que me ha parecido un relato un poco frívolo al que le ha faltado un poco más de crudeza. Por supuesto, no ignora lo que está sucediendo a su alrededor, pero prefiere concederle más importancia a los momentos “felices”, si es que era posible ser feliz en tales circunstancias. El caso es que, en más de una ocasión, describe Zeitz como un lugar “bastante tolerable siempre que se tuviera un buen comportamiento y buena suerte”. Reconozco que he leído su obra con cierto estupor.

«Me preguntó qué sentía al estar de nuevo en casa, al ver la ciudad que había tenido que abandonar. Le dije: “Odio”. Se calló pero luego observó que lamentablemente comprendía mi sentimiento (...) y que él comprendía perfectamente a quién odiaba yo. “A todo el mundo”, respondí.»

Lo único que no me ha convencido de toda la novela, ha sido el penúltimo capítulo porque me ha descolocado muchísimo ese trato diligente de última hora. Supongo que así sucedió en realidad, pero resulta demasiado inverosímil en comparación con su experiencia previa. Como ya he dicho: impactante.


«Si existe la libertad entonces no puede existir un destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino.»


No hay comentarios:

Publicar un comentario