Traducción: Blanca Gago | Diseño de colección: Filo Estudio | Editorial: Capitán Swing
SINOPSIS
Desde muy joven, Geoffroy Delorme tuvo dificultades para relacionarse con sus semejantes. Sus padres decidieron sacarlo de la escuela, así que el pequeño continuó sus estudios en casa. Pero no muy lejos de su hogar había un bosque que no dejaba de llamarle. A los diecinueve años, no pudo resistir más la llamada y se lanzó a vivir con lo mínimo en las profundidades del bosque de Louviers, en Normandía. Comenzaba para él un largo y arduo aprendizaje.
Un día, descubrió un corzo curioso y juguetón. El joven y el animal aprendieron a conocerse. Delorme le puso un nombre, Daguet, y el corzo le abrió las puertas del bosque y su fascinante mundo, junto a sus compañeros animales. Delorme se instaló entre los cérvidos en una experiencia inmersiva que duraría siete años. Vivir solo en el bosque sin una tienda de campaña, refugio o ni siquiera un saco de dormir o una manta significaba para él aprender a sobrevivir. Siguiendo el ejemplo del corzo, Delorme adoptó su comportamiento, aprendió a comer, dormir y protegerse como ellos, aprovechando lo que el humus, las hojas, las zarzas y los árboles le proporcionaban. Y así, fue adquiriendo un conocimiento único de estos animales y su forma de vida, observándolos, fotografiándolos y comunicándose con ellos. Aprendió a compartir sus alegrías, sus penas y sus miedos. En El hombre corzo, nos lo cuenta con todo lujo de detalles.
OPINIÓN PERSONAL
Cuando apenas era niño, Geoffroy Delorme sintió la llamada del bosque, apreciaba la suerte de las criaturas salvajes y aspiraba a esa misma libertad. «En el fondo de mí mismo, late un instinto de libertad que me lleva a escaparme en cuanto veo la ocasión, y una sola regla merece mi respeto: la de la naturaleza.» Encerrado en el aula de la escuela, soñaba con liberarse del yugo de las obligaciones humanas. Geoffroy vivía prácticamente solo, sin amigos y finalmente sin compañeros de clase, sus padres acabaron sacándolo de la escuela por sus problemas para relacionarse.
El tiempo que no estaba estudiando por correspondencia, el pequeño aventurero exploraba el jardín y los alrededores, aunque sintiéndose atraído por la naturaleza y la vida salvaje, cada vez avanzaba un poco más en la exploración. Se escabullía de noche para recorrer el bosque de Bord, en Normandía. Pero a la edad de dieciséis años decidió pasar no solo las noches, sino también los días, observando la fauna salvaje bajo el pretexto de hacer un trabajo para un curso de fotografía.
Hacía trabajos de fotografía para no caer en la indigencia, aunque el dinero no era una de sus prioridades, pues buscaba estabilidad moral. «Más vale ser pobre y libre que rico y preso.» Geoffroy menosprecia la sociedad del despilfarro y es crítico con una economía que amenaza con hundirse. Si bien incurría en la sociedad algunos días para reponerse y saquear el frigorífico de sus padres, limitaba la presencia del mundo humano en el bosque. No renunció a la tecnología moderna, aunque solo la utilizaba cuando era estrictamente necesario.
En su mochila encontramos: latas de conserva, ropa de abrigo, agua potable, las herramientas necesarias para sobrevivir en un medio hostil y, por supuesto, una cámara. Durante las primeras excursiones me preguntaba cómo había sobrevivido, era lo que más interés me suscitaba. La falta de alimento, el sueño, la hipotermia en épocas frías... Geoffroy entendió su expedición como un largo aprendizaje, bajaba al pueblo en épocas de escasez y le llevó años adquirir los conocimientos necesarios para sobrevivir en el bosque.
Muchos conocimientos los aprendió observando e imitando el comportamiento de los corzos que lo aceptaron como a un habitante más del bosque. Daguet, el primer corzo que confió en él, persiguió al desconocido que se había instalado en el bosque, pues era un corzo de naturaleza curiosa, y su relación se fue afianzando. «Estoy viviendo un momento único con un animal salvaje que intenta socializar conmigo.» Geoffroy se siente en comunión con él y los elementos que lo rodean, hasta el punto de sentir que los corzos eran su verdadera familia.
Pensaba que sería una narrativa densa, un ensayo pausado que describe con detalle los hábitos de los corzos y los bosques casi mágicos de Normandía. Pero su manera de expresarse es cercana y entretiene, no hay una historia propiamente, pero logra intrigarte con los hechos que tienen lugar. Transmite en el lector la conexión que siente con la naturaleza y te hace desprenderte de una falsa humanidad.
Un ensayo conmovedor en definitiva. Las descripciones de la naturaleza silvestre están ilustradas con fotografías preciosas de su aventura como ecologista inmersivo. La mirada de los animales fotografiados me va a acompañar mucho tiempo porque, a modo de conclusión, resume brevemente la historia natural de los bosques y juzga tanto la caza como la explotación forestal intensiva. El hombre corzo contempla la huella humana con otros ojos: a través de una fauna bella y sensible, amenazada por la industrialización de sus bosques.
«No hay individuos inferiores ni esclavos. Cada corzo es un individuo completo, capaz de elegir por sí mismo, y la suma de esas elecciones individuales permite la cohesión de grupo.»
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