Ilustración de cubierta: Juan Alberto Hernández | Editorial: El Transbordador
SINOPSIS
La Nueva Costa no está aquí, en nuestras playas y acantilados, sino que se extiende desde nuestros ojos hasta el fin del mundo; desde nuestros terrores hasta nuestras pasiones, aprovechando nuestra necesidad de entrelazarnos para generar nuevas criaturas, nuevos organismos que son capaces de comunicarse con nosotros usando nuestras propias relaciones como lenguaje: esa suma de voluntades y colores, de apetencias y visiones.
Daniel Cervantes (Cádiz, 1993) juega su primera partida de rol con trece años, abriendo así su apetito por el tránsito de mundos que no son este. Stephen King y H. P. Lovecraft invocan los terrores de su infancia a los que luego se suman otras literaturas, no necesariamente terroríficas, pero siempre raras e imaginativas. Con una vasta y experimental producción audiovisual y una novela corta ya publicada, Daniel destila esta, su segunda obra, a partir de tres ingredientes en las siguientes proporciones: una parte de guasa, dos de romance, y tres de talasofobia: un intenso y profundo miedo al océano. La Nueva Costa confirma su apetito por la ficción rara y sublima la impronta que la crisis climática —la presente, no la especulada— deja en su imaginación.
OPINIÓN PERSONAL
Diana y Alejandro son los únicos tripulantes de la nave La Máquina. Se encuentran en las profundidades del mar, a miles de metros de la superficie, el hogar de una humanidad amenazada por el cambio climático que investiga el desproporcionado aumento del nivel mar y las cosas extrañas, disparatadas e imposibles que están sucediendo desde que apareció la Nueva Costa.
Aislados de este mundo distópico, y ausentes de su vida anterior, la expedición de La Máquina investiga qué ha provocado el cese de comunicaciones con la estación Kappa. Su viaje submarino nos descubrirá el fondo de este nuevo océano y la fauna abisal, mientras Diana y Alejandro mantienen una relación de amigos íntimos que se quieren mucho.
No sabía qué esperar hasta bien avanzada la historia. Me interesaban sobre todo los peligros que habitan las profundidades abisales, pero es una trama que no puedes tomarte en serio, y no digo esto como una crítica. Citando el propio libro: «parecen dos alumnos charlando en sus pupitres durante el cambio de clase, enredados en una urdimbre de apetencias mundanas y adolescentes».
Como puede suponerse, no abundan los escenarios, pero el suspense narrativo y la ambientación están logrados. No apto si te dan miedo las profundidades y la fauna abisal, especialmente cuando el decorado está inspirado en la ficción extraña. Por el contrario, la tensión no resuelta de los personajes no me acaba de convencer, quizá porque la pareja no me cae bien y el tonteo me sobraba.
He echado de menos un enfoque más científico y menos humorístico, aunque las conversaciones trascendentales mantienen a flote la experiencia. El final no explica prácticamente nada, de modo que es un final abierto a muchas interpretaciones. En líneas generales, es una lectura que he disfrutado. No deja de ser un retrato de las relaciones humanas, complejas y dispares.
«Por más cosas malas que ocurran en el mundo, las más horribles están siempre en su cabeza».
«Los sentimientos no funcionan en base a lo que es justo o no es justo».
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