Traducción: Daniel de la Rubia | Editorial: Alba
SINOPSIS
Esta novela de suspense electrizante no gira alrededor de grandes criminales sanguinarios sino de un ama de casa de clase media del Londres suburbano de la década de 1950. Louise está casada, tiene dos hijas de seis y ocho años y un niño de siete meses que se pasa las noches llorando. Ella prácticamente no duerme y aun así tiene que ocuparse de una casa repleta de osos de peluche manchados de mermelada, latas medio llenas de pintura seca, ropa sin planchar y botones sin coser. Y de un marido imperdonablemente exigente. Las enfermeras le dicen que tiene que crear «una atmósfera de calma y tranquilidad» y no transmitir sus preocupaciones al niño; sus amigas cultivadas le hablan de madres modernas y del «subconsciente». Ella cree que no es infeliz, sino que tiene «felicidad, como una tiene un vestido de tarde guardado en el fondo de un armario». En el caos de su vida aparece además una inquilina, una profesora de instituto a la que tanto ella como su marido creen haber conocido antes, no recuerdan dónde ni cuándo. Su comportamiento extraño siembra dudas y sospechas en la cabeza de Louise, aunque siempre se siente obligada a pensar si no serán imaginaciones suyas, y, dramáticamente, es su propia conducta la que se vuelve sospechosa.
En Las horas antes del amanecer (1958), Celia Fremlin, para algunos la Patricia Highsmith británica, se revela como una maestra mordaz en la creación de un ambiente de misterio y pesadilla en el que se revuelven tortuosamente las ideas de feminidad y maternidad.
OPINIÓN PERSONAL
Louise tiene dos hijas y un recién nacido que no para de llorar. La enfermera le ha “recetado” que cree una atmósfera tranquila para el bebé, pero Louise es una madre desbordada que tiene que ocuparse de las tareas del hogar, de tres niños y de un marido que le exige silencio.
Por si fuera poco, han alquilado la buhardilla a Vera Brandon. El matrimonio cree conocer a la profesora, pero ninguno la ubica. Louise se obsesiona con la inquilina y comete errores imperdonables, pero en vez de aligerar su carga de trabajo, todo el mundo cuestiona su salud mental.
El sentimiento de culpa hacia su marido y las reprimendas de otras madres más «progresistas» en sus métodos de enseñanza, representan un baile de apariencias casi cómico que resulta tan realista como insoportable. Lo contemporáneo choca con la crianza de toda la vida, y he reconocido a muchos personajes.
La primera parte de la novela, centrada en la rutina de un ama de casa explotada, me ha entretenido. Por el contrario, el misterio que rodea a la inquilina me parece conveniente, predecible y ha sido contado mil veces en pelis de tarde. Un final que funciona, pero flojito.
«Hoy casi nadie sabe nada sobre los verdaderos sentimientos de una mujer adulta. La mayoría de las mujeres se limitan a sentir lo que las novelas y las revistas les dicen que sientan. Y, en cuanto a la mayoría de los hombres... en fin, si alguna vez se encuentran con una auténtica mujer madura, ¡pondrán pies en polvorosa!»
«Si su acción era en verdad sensata y necesaria, ¿por qué habría de sonar absurda? Más que absurda: de locos. Quizá fuera de locos. Quizá era así como se sentían los locos; empujados, lógica e inevitablemente, a sus disparatadas acciones, pues no les quedaba otra opción».
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