23 marzo 2017

Judith Fürste | Adda Ravnkilde

Traducción: Blanca Ortiz Ostalé | Editorial: Alba


SINOPSIS

«Y ¿de qué ha servido tanto orgullo?», le pregunta su padrastro a la heroína de esta novela ya en la primera página. Judith Fürste, desposeída mediante argucias legales de su herencia paterna por el hombre que se ha casado con su madre, una mujer acomodaticia y convencional, vive en una situación de dependencia y desamparo en una casa que ya no es su casa. Desea educarse, trabajar, valerse por sí misma, pero el orden familiar no tiene previsto para ella más que el matrimonio. Cuando Johann Banner, el noble más ilustre de la región, pone sus ojos en ella, la joven lo acepta como una tabla de salvación. Pero el matrimonio entre el orgullo de una joven desesperada y el orgullo de un aristócrata celoso de sus privilegios no es precisamente una salida fácil. La propia institución tiene sus normas; y cada contrayente sus prejuicios y su carácter. Adda Ravnkilde escribió Judith Fürste poco antes de quitarse la vida en 1883, a los veintiún años, y en ella parece que condensó una experiencia autobiográfica. Es ésta una novela profunda y tormentosa sobre el amor y la generosidad, y el auténtico via crucis de errores, vanidades y humillaciones que hay que vencer para conseguirlos. Un clásico de la literatura danesa. 


OPINIÓN PERSONAL

Judith Fürste es una protagonista orgullosa y bastante frívola que se niega a resignarse y muchísimo menos a ceder, en cualquier ámbito de su vida. En su opinión, el orgullo es la única herencia de su padre que no le han arrebatado. Y hasta cierto punto, razón no le falta. Nadie ha querido a Judith desde la muerte de su padre, no como a ella le gustaría: con total entrega y devoción. Efectivamente, su madre es una señora acomodada que sólo busca su propia felicidad. Judith se opone a que vuelva a casarse, pero de nada le sirve. Finalmente, su padrastro resulta ser un déspota y un egoísta capaz de negarle la herencia de su padre y de llevarla a la ruina más absoluta. En tales circunstancias de dependencia, Judith se siente obligada a contraer matrimonio para asegurar su futuro.

Su primer candidato (y el único) es Johan Banner, el terrateniente más apoderado de la región, descendiente de un linaje antiguo y distinguido. En realidad, otro desalmado egoísta que nunca ha amado a nadie ni ha sido amado. Un hombre hastiado de la vida que exige sumisión absoluta, pero que al mismo tiempo, detesta a la plebe servil que se arrastra ante él por el interés. Contra todo pronóstico, Banner se siente atraído precisamente por el orgullo indomable de Judith, pues es la primera mujer que no cae rendida a sus pies y que le trata con indiferencia en vez de adularle para gozar de sus bienes. Sin embargo, la primera impresión de Judith cuando se conocen en persona es de total repugnancia.

Así pues, su matrimonio se convierte de inmediato en una guerra muda. Banner desea someter a su mujer, aunque presiente que le cansaría enseguida y que la detestaría si en algún momento cediera ante su poder. Por otro lado, Judith es una mujer necesitada de amor que se niega a recibirlo porque —en palabras de la propia autora— es una enferma mental. Una mujer que ha perdido la fe en la humanidad y que ha terminado odiando por costumbre.

Sinceramente, me encanta cómo ha retratado la sociedad de la época. Todo el mundo menospreciaba a Judith cuando no era nadie, pero en cuanto adquiere una posición social aventajada, todos corren a agasajarla para que olvide los agravios anteriores. Los sentimientos más oscuros del ser humano aparecen reflejados en esta novela con una maestría admirable. Los personajes secundarios son cotidianos y, por desgracia, me resultan bastante conocidos. La autora describe la falsedad humana con tanta destreza que acabas despreciándolos a todos con el mismo ahínco que el propio Banner.

La prosa de esta autora me ha parecido sencillamente deliciosa, aunque aviso, puede resultar un poquito densa porque se esmera demasiado con las descripciones. Es más, cuando un personaje desconocido entra en escena, nos relata toda su historia, aunque ésta no sea relevante para el matrimonio. No obstante, tiene un ritmo narrativo muy ameno. No me he aburrido en ningún momento. Al contrario, estaba deseando conocer el pasado de todos y cada uno los protagonistas. Su forma de presentar a los personajes y de narrar sus experiencias vitales es bastante emotiva.

Judith Fürste es un drama intenso que disecciona con muchísimo acierto las emociones del ser humano. ¿Cómo pudo una niña de 19 años escribir una novela tan perfecta? Muchos la comparan con Jane Austen y, aunque sólo conozco sus novelas de oídas, creo que es una comparación bastante acertada. Después de todo, ésta es la historia de un amor tortuoso que avanza a un ritmo muy pausado. La autora se detiene en cada pequeño detalle, por insignificante que parezca, y analiza en profundidad cada uno de los sentimientos que experimentan sus protagonistas.

Pero mi interés por su desenlace no ha decaído en ningún momento. De hecho, el final me ha parecido demasiado abrupto, precisamente, porque me he quedado con las ganas de conocer su historia por completo, hasta el fin de sus días. Me ha sabido a poco, aún siendo excelente. En definitiva, un clásico de la literatura danesa digno de su buena reputación.

Para finalizar mi reseña, me gustaría citar textualmente un párrafo del prólogo escrito por el editor Georg Brandes, el hombre que dio a conocer esta maravilla de novela: «El lector que sepa ignorar algunas locuciones anticuadas, que en un libro moderno surten un efecto extraño, y que no se detenga a censurar que la autora, con el pudor propio de una jovencita, haya abordado el aspecto fisiológico de un modo muy abstracto disfrutará de un retrato de la vida de nuestros días en el norte de Jutlandia pintado con conocimiento y veracidad, sabrá valorar la autenticidad y la hondura de su sencilla composición, y hallará en esta confesión velada información preciosa de la vida interior de las mujeres danesas de provincias.»


«He visto lo bastante de la vida y de las personas para ser recelosa, aunque solo desprecio a quien gozando de una posición cómoda e independiente no la aprovecha de un modo digno, sino que se limita a seguir el dictado de sus propios caprichos egoístas, a mirar a todo el mundo por encima del hombro con una soberbia intolerable y a no cumplir uno solo de los deberes que dicha posición impone a quien debería sembrar la felicidad a su alrededor en lugar de contemplarlo todo y a todos con una altiva sonrisa de hastío.»


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