Las horas muertas | Jorge Caneda

Diseño de cubierta: Alexia Jorques | Ilustraciones: Cha Eun Ah

SINOPSIS

Samuel e Izan viven aislados en una casa al borde del acantilado. Hace años que no ven un infectado de cerca. El anciano, testigo del mundo previo al apocalipsis climático que estalló hace décadas, está obsesionado con sobrevivir lejos de los zombis y del contacto humano. A diario lucha contra las inquietudes de su nieto, quien ansía saber qué habrá más allá de las estacas que los protegen. La rutina diaria se rompe cuando Samuel lleva por primera vez al joven a explorar un pueblo abandonado. Allí encontrarán un cuaderno con un extraño mensaje.

OPINIÓN PERSONAL

La historia transcurre en una fecha sin determinar, posterior al año 2029. Hace décadas, un apocalipsis climático provocó una pandemia zombi. Nadie encontró una solución a tiempo, los brotes infecciosos invadieron el planeta en cuestión de semanas. Los humanos infectados son seres inconscientes sin más instinto que el de descuartizar a cualquier no infectado que se les acerque.

«Cuando la infección avanza, el cuerpo se vuelve insensible, los órganos se deterioran, los nervios pierden receptibilidad, el dolor desaparece, y la mente se vuelve loca, con el único objetivo de pulular por el mundo en busca de algún ser vivo al que descuartizar.»

Samuel y su nieto Izan viven aislados en una casa al borde del acantilado. Izan imagina vida humana más allá de las estacas que protegen su refugio. Es un adolescente que no llegó a conocer el mundo antiguo y todo lo que sabe es por los libros que su madre le enseñó a leer.

«La casa no había sido su salvación, sino una cárcel perpetua. Allí no había más porvenir que pasar desapercibido y rezar para que nada ocurriera desde ese momento hasta el día de su muerte.» Pero su abuelo insiste en decirle que al otro lado del cerrado solo hay enfermedades y humanos insolidarios.

Sin embargo, su primera incursión al pueblo vecino y el hallazgo de un cuaderno escrito iniciarán un cambio en Izan que pondrá en duda las enseñanzas y principios de su abuelo.

La novela va alternando el presente con retazos del pasado, donde conocemos a un Samuel despreciable que poco ha cambiado con el paso de los años. De este modo nos presenta las últimas décadas como un espacio en blanco que da cabida a ciertas incógnitas: qué sucedió con su hija, qué enfermedad padece su nieto y qué esconde en el sótano de la casa.

Lo más interesante del pasado no es la biografía de Samuel, sino el avance del apocalipsis. No necesita muchas frases para retratar a la perfección cómo negamos el cambio climático. La prosa en ese sentido es una delicia, en cuatro palabras encierra un mundo. No dice las cosas directamente, describe el comportamiento humano visto desde fuera y es suficiente para que nos demos por aludidos.

No es una trama de género Z, o mejor dicho, el apocalipsis solo es un escenario. La historia nos habla de la miseria humana y también de la esperanza, por qué no. Izan madura hacia el pensamiento propio y desafía una falsa seguridad en busca de un futuro mejor, mientras se pregunta cómo trascender en la vida.

La estructura de la novela está muy cuidada. Hay detalles insignificantes que casi pasan desapercibidos y luego tienen una explicación. Es una historia de muchas piezas que van encajando de formas más o menos predecibles. Samuel e Izan permanecen encerrados en una casa, los días se repiten siempre iguales, pero no es una lectura monótona o aburrida, eso tiene mérito.

Curiosamente los últimos capítulos, me han parecido los más tediosos. Son páginas cargadas de acción y giros inesperados, pero a mí personalmente me interesan los episodios introspectivos y la denuncia social. La parte puramente zombi no me acaba de convencer en la misma medida que todo lo anterior.

«Cerró los ojos y pensó en qué momento se le había ido a la humanidad el futuro de sus manos.» «¿Cómo es posible que conociendo todos estos datos, nadie hiciera nada por evitarlo?»