Traducción: Fernando Otero Macías | Editorial: Alba
SINOPSIS
Velchanínov, cerca ya de los cuarenta, es «un hombre que había vivido mucho, y a lo grande»: rubio, apuesto, culto y galante, ha dilapidado ya dos herencias y se encuentra en San Petersburgo para resolver un litigio a pro-pósito de una tercera. Es también hipocondríaco y sueña que «una muche-dumbre enorme» se junta en su piso para acusarle de un crimen. De pronto reaparece en su vida un antiguo amigo al que hacía nueve años que no veía y con cuya mujer, ahora difunta, tuvo una larga aventura: Trusotski, un funcionario triste y calvo, alcoholizado, que se presenta como «un hombre hundido, pero no hundido sin más, sino radicalmente hundido». El hecho de que Trusotski tenga una hija de unos ocho años, visiblemente maltratada, despierta en Velchanínov el deseo de salvarla y de expiar así «toda mi exis-tencia anterior, hedionda y baldía». Pero la relación entre los dos hombres se debate entre el rencor y la generosidad: sus diálogos, a veces violentos, a veces cómicos, siempre tensos, están llenos de excusas y medias verdades, cuando no de escupitajos y gestos peligrosos.
El eterno marido (1870), escrita entre El idiota y Los demonios, en la época de su madurez creativa, gira en torno a un lema característico de Dostoievski: «El monstruo más monstruoso es el monstruo con buenos sentimientos». A partir de aquí, no puede esperarse más que una novela en la que todo es «ansioso y febril», pero en la que también hay lugar para la distancia y la parodia.
OPINIÓN PERSONAL
Velchanínov es un hombre «lejos de la juventud, que había vivido mucho, y a lo grande». Los años le han dado un nuevo punto de vista y es víctima de una grave hipocondría: los actos que cometió en un pasado remoto ahora le parecen crímenes. Su vanidad se resiente al pensar en las vidas que ha deshonrado por diversión, y lo peor de todo es que no puede dejar de comportarse así.
Quisiera abandonar San Petersburgo, pero un pleito por la herencia de unas tierras lo ata a la ciudad. Y es aquí donde se reencuentra con Pável, un viudo al que no ha visitado durante nueve años. Su relación es ambigua y extraña. Velchanínov y Pável son dos hombres atormentados por las «deudas pendientes»: la hija de Pável y su difunta esposa, la única mujer a la que parece que Velchanínov ha amado.
¿Lo sabe el eterno marido? Un protagonista de moral relajada se mueve en un mapa reducido buscando la respuesta a esa pregunta. El tono insolente de los personajes resulta teatral, son dos gruñones que se hablan a gritos, echándose en cara medias verdades. Las dudas y la rivalidad se mantienen hasta las últimas páginas, que no resuelven nada, como si algunos rasgos de personalidad fueran inevitables.
La primera mitad me atrapa con mayor acierto, porque los «bailes de salón» no me ofrecen la misma carga emotiva. Se hace raro en muchos apartados, pero encuentro puntos de interés que me han gustado.
«Uno bebe de su propia tristeza, y es como si se embriagara con ella».
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