Ilustraciones: Carmen Martín Gaite | Editorial: Siruela
SINOPSIS
Sara Allen es una niña de diez años que vive en Brooklyn, Nueva York. Su mayor deseo es ir sola a Manhattan para llevar a su abuela un tarta de fresa. La abuela de esta moderna Caperucita ha sido cantante de music-hall y se ha casado varias veces. El lobo es míster Woolf, un pastelero multimillonario que vive cerca de Central Park en un rascacielos con forma de tarta. Pero el hilo mágico de este relato se centra en miss Lunatic, una mendiga sin edad que vive de día oculta en la estatua de la Libertad y que sale de noche para mediar en las desgracias humanas o, si es necesario, llegar a regalar un elixir capaz de vencer al miedo.
OPINIÓN PERSONAL
Sara Allen es una niña de diez años que vive con sus padres en Brooklyn. Todos los sábados sin falta, va con su madre a la casa de la abuela, a llevarle una tarta de fresa y recoger el desorden. Desde hace años, Sara imagina Manhattan como un cuento de hadas, está en «la edad de la fantasía» y quiere irse a vivir con la abuela.
La novela comienza con historias del pasado, cuando la abuela era cantante, y su relación con los padres de Sara, que no miran con buenos ojos las aventuras de la viuda. Su madre la considera una caprichosa y su padre la llama lagarta.
Cuando cumple 10 años, Sara reescribe el cuento de Caperucita Roja en Manhattan e inicia un viaje. Por el camino se encontrará con el señor Woolf y con miss Lunatic, una mendiga que llegó a la ciudad el mismo año que la estatua de la Libertad.
El cuento tradicional se convierte en una fábula sobre la búsqueda de la libertad y el desinterés hacia el dinero. Mientras que el clásico advierte del peligro que entraña hablar con extraños y desobedecer a tu madre, aquí la libertad es escaparse de casa. La moraleja invita a no tener miedo, ni siquiera donde acecha un asesino en serie. Porque la abuela se lo figura «como un buen mozo».
Su estilo narrativo entretiene y llena las calles de fantasía, pero no he conectado con los personajes, que a ratos me resultan insoportables.
«La gente siempre está cambiando. Y cada persona es un mundo».
